sábado, 17 de septiembre de 2011

Educación y pequeños relatos


Al respecto de "El microrrelato, género literario de moda", por Irene Andrés-Suárez, cayendo sin remedio en la tentación obvia de la relación posmodernidad y Twitter, podemos ensayar:

Fukuyama declara el fin de la Historia en 1989. Termina la Historia y ya no quedan cosas por contar. Terminan los grandes relatos, esos en los que la vida tiene sentido, donde hay una redención final, donde hay un destino. El hombre no va al cielo porque no hay Dios; el progreso se detiene porque el Capitalismo lo es todo y no puede seguir; el proletariado no tiene su Revolución para construir un mundo mejor, se hunde en si mismo y pierde su consciencia de clase en el laberinto mediático de una revolución, sí, pero que no es suya y es comunicacional. Quedan los pequeños relatos: lo breve, lo fragmentario, las pocas palabras que no narran la Historia sino historias en las que nadie se salva ni tiene de qué salvarse. Las infinitas piezas de un rompecabezas que no se puede armar y que constituye en si mismo un no relato. Así tenemos al artista norteamericano John Cage, con su obra “Cuatro Minutos Treinta y Tres Segundos”, pieza musical que puede ser interpretada por un honbre o una orquesta entera, cuyos tres movimientos son son el silencio de los intérpretes. ¿O acaso lo no dicho implica que la verdadera obra es el murmullo del público?

Hay un espacio donde late el instinto de la web, el murmullo de las multitudes, el silencio de todos los diálogos a la vez: Twitter, donde todos los diálogos son ninguno y la posmodernidad llega a su zenith, fragmentando los fregmentos de nuestros pequeños relatos dejándolos al borde del sinsentido.

Y sin embargo nos esforzamos. No por armar el rompecabezas sino por, al menos, poner en fila sus piezas.